“Usted no se meta en mi gobierno; limítese a tocar la campanilla en el Senado durante seis años y lo invitaré de tiempo en tiempo a comer para que vea mi buena salud”. Texto que, según dicen los historiadores, fue expresado por Domingo F. Sarmiento a su Vice Presidente Adolfo Alsina. Quizás aquí comience la extraña relación que en Argentina han tenido los Presidentes con sus vices.
Corría los primeros días del el año 1930 y era el trágico mes de septiembre en la que otra situación queda al descubierto una interna fue durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen (1928-1930). En esa ocasión, ante la inminencia del golpe de Estado y tras la renuncia del primer mandatario, el vicepresidente Enrique Martínez —en ejercicio de la Presidencia— decretó el estado de sitio y pensó en renovar el gabinete, ambicionando quedarse con el cargo. Pocas horas después, el general José Félix Uriburu, quien encabezaría el Gobierno de facto, le pidió la renuncia también a Martínez esa misma tarde.
Algo similar ocurrió con Roberto Marcelino Ortiz y Ramón Castillo (1938-1944), quienes asumieron luego de una de las elecciones más fraudulentas de la historia argentina. Pese a ello, Ortiz, radicall antipersonalista, (alvearista), quería terminar con el fraude y poner en orden las instituciones. Castillo por el contrario representaba el ala conservadora de la coalición de gobierno (La Concordancia), el Partido Demócrata Nacional.
Perón (1946-1955) —quien llamó a elecciones durante su segundo mandato para elegir al vicepresidente, tras la muerte de Hortensio Quijano—, digitó a su vice y presunto conocedor de las internas y los celos de las tres armas le dejó la silla vicepresidencial a un hombre de la Armada el Contralmirante Alberto Teisaire. Grueso error. Tras su derrocamiento, el 16 de septiembre de 1955, el gobierno de facto de la autodenominada Revolución Libertadora hizo pública una filmación en la que Teisaire acusaba al expresidente de desleal y cobarde, entre otras críticas.
La primera elección post peronista (1958 -1962) mostró un asombroso resultado de encontradas posiciones ideológicas que se tradujo visiblemente en cuanto a las relaciones entre el Presidente electo Arturo Frondizi y su vice Alejandro Gómez. Y es que Alejandro Gómez quería recomponer relaciones con la otra ala de la Unión Cívica Radical, la del Pueblo, encabezada por Ricardo Balbín, y se enfrentó al Presidente por la explotación petrolera, que Frondizi abría tácitamente a la extranjerización, y el vice quería mantener estrictamente nacional bajo la órbita de YPF.
Vale la pena recordar el breve pero intenso período que cubrieron Héctor Cámpora «El Tío», abanderado impuesto por Perón desde Puerta de Hierro y supuesto líder de la izquierda «revolucionaria» peronista en fórmula con Vicente Solano Lima perteneciente al rancio conservadurismo bonaerense. Intensos siete meses de serias disidencias entre ambos en tanto el país se desangraba y los hechos mostraban que poco era el tiempo que les quedaba.
Eduardo Duhalde, quien renunció para candidatearse a gobernador, y ganar, la Provincia de Buenos Aires, había acompañado a Carlos Menem en su primera presidencia. Su renuncia no fue estrictamente un acto de estrategia política sino más bien la coronación de situaciones tensas en las relaciones con el presidente que hacían saludable esa separación de áreas de poder. Dijo, tras su muerte, de quien fue su compañero de fórmula que «como a todos los que estuvimos en ese lugar, la Presidencia, le tocó convivir con esa enfermedad que es el poder”.
No obstante, la grieta más importante entre un presidente y su vice quizás haya sido en la historia nacional: la de Fernando De la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez. La fórmula de la Alianza que ganó las elecciones de octubre de 1999 se resquebrajó menos de un año después, cuando el vicepresidente renunció luego de denunciar el caso de coimas en el Senado y posibles casos de corrupción en el gobierno. El Gobierno entero caería, luego de una pueblada, un año más tarde.
Cerca de las 22 del martes 11 de marzo de 2008, el por entonces ministro de Economía Martín Lousteau anunció «la resolución 125». A tres meses y un día de iniciada la primera presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, pocos le prestaron atención a ese anuncio impositivo, casi burocrático, que elevaba la alícuota de retenciones al sector agropecuario. Esa decisión, sin embargo, generaría un conflicto se extendió durante 129 días y cambiaría para siempre el destino del kirchnerismo y de la política argentina en los próximos 10 años. Julio Cobos, vicepresidente, recomendó al Gobierno la participación del Congreso en la búsqueda de una solución, algo que aceptó Cristina. En la Cámara de Diputados triunfó el oficialismo. Pero en Senadores tras un debate de 18 horas, Cobos tuvo que desempatar la votación. El mendocino rechazó el proyecto: «Mi voto no es positivo», dijo. Un día después, el gobierno derogó la resolución. Habían pasado cuatro meses. El quiebre fue para siempre.
El caso de Villarruel y Milei, sin embargo, es aún más llamativo: las diferencias con la Casa Rosada quedaron expuestas en los primeros meses de gestión, en el inicio del Gobierno. Cerca de la vicepresidenta aseguran, en ese sentido, que nunca fueron propiciadas por ella. Y que buena parte de las operaciones en su contra tienen nombre y apellido: Karina Milei y Santiago Caputo.
Karina Milei, según su entorno, tiene desde hace tiempo, incluso antes de que su hermano se hiciera cargo de la Presidencia, una especial negación con la vicepresidenta. Cree que encabeza un proyecto personal que trasciende al presidente, que maneja su propia agenda, que está por fuera de la lógica del relato y de la gestión oficial del Gobierno, y que incluso podría haber intentado aliarse a Macri para en conjunto ir contra el jefe de Estado.
Villarruel solo reconoce una condición que sí pareciera exasperar a parte de la cúpula libertaria: no reconoce jefes. Sí, respeta la investidura presidencial, y el liderazgo del jefe de Estado. Pero solo eso. “El Jefe” es como el presidente presenta oficialmente a su hermana. Ella es tanto o más implacable que él con aquellos que considera “desleales”. En el último estudio de la Universidad de San Andrés de estas horas, es la dirigente con mejor diferencial entre la imagen positiva y la negativa, por encima del propio Milei.
Han pasado muchos años desde que aquel irascible Sarmiento se dirigiera a su vice menospreciando su función y la historia muestra que los desencuentros entre Presidentes y vices, las rencillas entre ellos y no siempre por cuestiones ideológicas, permanecen y generan conflictos que dañan a la República.
¿Habrá que buscar soluciones constitucionales ?