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jueves, diciembre 26, 2024
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    El judaísmo es una forma de entender el mundo y contiene ideas que cambian la vida.

    Karla Gaona. Periodista ecuatoriana en Israel

    ¿Qué es el judaísmo? ¿Una religión? ¿Una fe? ¿Una forma de vida? ¿Un grupo de creencias? ¿Una colección de mandamientos? ¿Una cultura? ¿Una civilización? Es todo esto, pero mucho más.

    Es una forma de pensar, una constelación de ideas: una manera de entender el mundo y nuestro lugar en él. El judaísmo contiene ideas que cambian la vida.

    Muy pocas personas piensan en la fe en estos términos. Sabemos que la Torá contiene 613 mandamientos. Sabemos que el judaísmo tiene creencias. Maimónides las formuló como los Trece Principios de la Fe Judía. Pero esto no es todo lo que es el judaísmo, ni lo que más lo distingue. El judaísmo fue y sigue siendo una forma deslumbrantemente original de concebir la vida. Tomemos uno de mis ejemplos favoritos: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) y su frase más importante: «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables, entre ellos el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Posiblemente esta sea la frase más importante en la historia de la política moderna. A ella se refirió Abraham Lincoln al comenzar su discurso de Gettysburg cuando dijo: «Hace cuatro veintenas y siete años, nuestros padres trajeron a este continente una nueva nación, concebida en la Libertad, y dedicada a la proposición de que todos los hombres considerados iguales».

    La ironía de esta frase, como señalo a menudo, es que «estas verdades» están muy lejos de ser «evidentes». Le habrían sonado absurdas a Platón y a Aristóteles, quienes creían que no todos los hombres son creados iguales y, por lo tanto, no tienen los mismos derechos. Sólo eran evidentes para alguien educado en una cultura que había integrado profundamente la Biblia hebrea y la revolucionaria idea expuesta en su primer capítulo de que todos somos la imagen y semejanza de Dios, independientemente de nuestro color, nuestra cultura, nuestra clase o credo. Esta es una de las ideas del judaísmo que cambiaron el mundo.

    El judaísmo es una forma de entender el mundo y contiene ideas que cambian la vida.

    ¿Qué es el judaísmo? ¿Una religión? ¿Una fe? ¿Una forma de vida? ¿Un grupo de creencias? ¿Una colección de mandamientos? ¿Una cultura? ¿Una civilización? Es todo esto, pero mucho más.

    Es una forma de pensar, una constelación de ideas: una manera de entender el mundo y nuestro lugar en él. El judaísmo contiene ideas que cambian la vida.

    Muy pocas personas piensan en la fe en estos términos. Sabemos que la Torá contiene 613 mandamientos. Sabemos que el judaísmo tiene creencias. Maimónides las formuló como los Trece Principios de la Fe Judía. Pero esto no es todo lo que es el judaísmo, ni lo que más lo distingue. El judaísmo fue y sigue siendo una forma deslumbrantemente original de concebir la vida. Tomemos uno de mis ejemplos favoritos: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) y su frase más importante: «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables, entre ellos el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Posiblemente esta sea la frase más importante en la historia de la política moderna. A ella se refirió Abraham Lincoln al comenzar su discurso de Gettysburg cuando dijo: «Hace cuatro veintenas y siete años, nuestros padres trajeron a este continente una nueva nación, concebida en la Libertad, y dedicada a la proposición de que todos los hombres considerados iguales».

    La ironía de esta frase, como señalo a menudo, es que «estas verdades» están muy lejos de ser «evidentes». Le habrían sonado absurdas a Platón y a Aristóteles, quienes creían que no todos los hombres son creados iguales y, por lo tanto, no tienen los mismos derechos. Sólo eran evidentes para alguien educado en una cultura que había integrado profundamente la Biblia hebrea y la revolucionaria idea expuesta en su primer capítulo de que todos somos la imagen y semejanza de Dios, independientemente de nuestro color, nuestra cultura, nuestra clase o credo. Esta es una de las ideas del judaísmo que cambiaron el mundo.

    A partir de este ejemplo también vemos que puedes tener una idea, formularla en palabras y declararla al mundo, pero es posible que te siga costando internalizarla y que tengas que luchar para volverla algo real. Thomas Jefferson, quien redactó la Declaración de la Independencia, tenía esclavos. Evidentemente el no incluía a las personas negras o a los esclavos en esta frase de «todos los hombres». Ochenta y siete años más tarde, cuando Lincoln dio su discurso de Gettysburg, Estados Unidos luchaba una Guerra Civil por este tema.

    Sin importar cuánto tiempo lleve, las ideas cambian el mundo. Algunas lo hacen llevando a inventos. Piensa en algunas de las grandes ideas de los últimos tiempos: la computadora, el Internet, los motores de búsqueda, el software de redes sociales y los teléfonos inteligentes. Todo eso tuvo que ser pensado antes de que pudieran hacerlo. Como decimos (al hablar del Shabat y la Creación): Sof maasé bemajshavá tehilá, lo que traducido a grandes rasgos significa que primero existe el pensamiento y sólo entonces la idea puede convertirse en realidad a través de la acción. Por cierto, el Shabat mismo es otra de las buenas ideas del judaísmo que cambiaron el mundo. Pero a veces las ideas cambian el mundo porque nos cambian a nosotros.

    Ideas que cambiaron mi vida
    Mi propia vida ha cambiado gracias a las ideas, no siempre exclusivamente judías, pero al fin y al cabo, ideas. Aquí hay tres ejemplos:

    Hace más de veinte años fundé la organización «Continuidad judía», cuyo objetivo era transformar a la comunidad judía intensificando la educación en todos los niveles y edades. Tuve éxito, pero resultó ser muy controvertida. El líder laico de la organización, el Dr. Michael Sinclair, era un hombre extraordinario que invirtió su dinero, su energía y su tiempo en el proyecto, y que siempre pensaba con originalidad. En el punto álgido de la polémica lo invité a reunirse con los Rabinos de nuestra comunidad, para que ellos pudieran expresar algunas de sus preocupaciones. La reunión no marchó bien. Los Rabinos fueron muy francos, pero el Dr. Sinclair mantuvo una calma angelical. Cuando terminó la sesión, lo acompañé a su auto y le pedí disculpas por la manera en que lo habían tratado. Él me sonrió, me dijo que no me preocupara, y agregó: «Esta es una experiencia que ayuda a formar el carácter».

    Para mí, en ese momento, el impacto de su respuesta fue electrizante y cambió mi vida. Allí había una persona que voluntariamente había dado tanto a nuestra comunidad, y todo lo que recibía a cambio eran críticas. Esto me recordó la famosa frase: «Ninguna buena acción queda impune». Sin embargo, todo el tiempo él se mantuvo sereno porque fue capaz de alejarse de la inmediatez del momento y replantearlo como una prueba que tenía que pasar para llegar a su destino y que, en última instancia, lo haría más fuerte. Desde entonces, cada vez que me enfrenté a una crisis o a una controversia, me dije a mí mismo: «Esta ha sido una experiencia que da forma a mi carácter». Y dado que pensaba de esa manera, así era.

    El segundo ejemplo: como muchas personas en la actualidad, tengo problemas para dormir. Sufro de insomnio. Una vez le mencioné esto a mi maestro, Rav Najum Rabinovitch, de bendita memoria. Su respuesta inmediata fue: ¿podía enseñarle cómo tener insomnio? Me dijo que le encantaría ser capaz de no dormir y me citó un dictamen rabínico: «La luz de la luna fue creada sólo para el estudio» (Eruvin 65a). Lo que yo veía como una aflicción, él lo veía como una oportunidad. Al dormir menos, podía estudiar más. Eso no evitó que sufriera de falta de sueño (aunque me ayudó a entender mejor la expresión de Los Salmos: «El Guardián de Israel no dormita ni duerme»), pero me permitió cambiar el encuadre. Incluso pude aprovechar mejor las horas sin sueño.

    Para mí, la más transformadora de todas las creencias ha sido la idea de hashgajat pratit, Providencia Divina. Siempre que ocurrió algo inesperado en mi vida, me he preguntado: «¿Qué trata de decirme el Cielo? ¿Cómo quiere que responda? Dado que esto ha sucedido, ¿cómo convertiré este momento en una bendición?».

    Esto lo aprendí en mis primeros encuentros con Jabad y con el Rebe de Lubavitch. Lo aprendí por segunda vez desde un punto de partida diferente, al estudiar la obra de Viktor Frankl, el hombre que sobrevivió a Auschwitz y convirtió sus experiencias allí en una nueva forma de psicoterapia, basada en lo que él llamó «el hombre en busca de sentido». Su punto de vista era que nunca debemos preguntarnos: «¿Qué quiero yo de la vida?», sino «¿Qué quiere la vida de mí?». Con sorpresa y alegría descubrí que el Rebe mismo era un admirador de la obra de Viktor Frankl. El resultado de esta firme creencia en la Providencia, o como yo lo llamo a veces, «vivir escuchando», llenó mi vida de sentido. Para mí, nada ocurre porque sí. Siempre viene acompañado de una llamada para responder de determinada manera.

    Las ideas cambian vidas.

    Ideas judías
    Los judíos contribuyeron al mundo algunas de las ideas más transformadoras. Vale la pena escuchar el testimonio de los escritores no judíos sobre este tema:

    El historiador católico Paul Johnson escribió:

    «A los judíos les debemos la idea de la igualdad ante la ley, tanto Divina como humana; de la santidad de la vida y la dignidad de la persona humana, de la consciencia individual y de la redención personal, la consciencia colectiva y, por lo tanto, de la responsabilidad social; de la paz como un ideal abstracto del amor como el fundamento de la justicia, y muchos otros elementos que constituyen el mobiliario moral básico de la mente humana».(1)

    Otro historiador católico, Thomas Cahill, escribió:

    «Los judíos nos dieron el exterior y el interior: nuestra perspectiva y nuestra vida interna. Apenas podemos levantarnos por la mañana o cruzar la calle sin ser judíos. Soñamos sueños judíos y tenemos esperanzas judías. De hecho, la mayoría de nuestras mejores palabras son regalos judíos (nuevo, aventura, sorpresa, único, individual, persona, vocación, tiempo, historia, futuro, libertad, progreso, espíritu; fe, esperanza y justicia).(2)

    William Rees-Mogg, también católico, escribió:

    «Uno de los regalos de la cultura judía al cristianismo es que les enseñó a los cristianos a pensar como judíos». Y agregó: «Cualquier persona moderna que no haya aprendido a pensar como si fuera un judío, apenas puede decirse que haya aprendido a pensar».(3)

    Pero sin dudas el juicio más fascinante viene de uno de los más agudos críticos del judaísmo, Friedrich Nietzsche:

    Consideremos a los eruditos judíos desde este punto de vista: todos ellos tienen gran respecto por la lógica, es decir por obligarnos a llegar a un acuerdo por la fuerza de la razón. Saben que eso es lo que están obligados a ganar, incluso cuando se enfrentan a prejuicios raciales y de clase.

    Por cierto, Europa les debe a los judíos no poco agradecimiento por hacer que la gente piense de manera lógica y por establecer hábitos intelectuales más limpios, nadie más que los alemanes, que son una raza lamentablemente desaprensiva que hasta el día de hoy sigue necesitando que primero «les laven la cabeza». Dondequiera que los judíos ganaron influencia, enseñaron a las personas a hacer distinciones más finas, inferencias más rigurosas y a escribir de una manera más luminosa y limpia: su tarea siempre fue llevar a un pueblo a «escuchar la razón».(4)

    Este es un homenaje notable de lo que en la política británica llaman «el líder de la oposición».

    Podríamos pensar que las ideas que el judaísmo introdujo en el mundo han pasado a formar parte del patrimonio intelectual de la humanidad, por lo menos en el Occidente, y que a esta altura son, como dijo Jefferson, «evidentes por sí mismas». Pero no es así. Algunas se han perdido con el paso del tiempo; otras el Occidente nunca las entendió. Eso es lo que espero explorar en estos estudios por dos razones:

    La primera la sugirió el mismo Nietzsche. Él quería que el Occidente abandonara la ética judeocristiana en favor de lo que él llamaba «la voluntad de poder». Este fue un error desastroso. No hay nada original en la voluntad de poder. Ha existido desde los días de Caín, y su precio es el perpetuo derramamiento de sangre. Pero Nietzsche tenía razón en un aspecto: la gran alternativa es el judaísmo. La elección que enfrenta la humanidad en cada época es entre la idea del poder y el poder de las ideas. El judaísmo siempre ha creído en el poder de las ideas, y sigue siendo la única forma no violenta de cambiar el mundo.

    La segunda razón no es política ni filosófica, sino personal. Algunas ideas realmente cambian la vida. Si cambiamos la forma en que pensamos, podemos cambiar la forma en que sentimos, lo que cambia la forma en que actuamos, lo que cambia la persona en que nos convertimos. Las ideas cambian vidas, y las grandes ideas nos ayudan a tener coraje, a ser felices y a vivir vidas llenas de bendiciones.
    Colaboración AishLatino

    Karla Gaona
    Karla Gaona
    Corresponsal de Ecuador en Israel.

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