la comunidad judía de todo el mundo recibió este pasado 25 de kislev, la celebración de Janucá, o “Fiesta de las luminarias”, que nos deja la enseñanza de que es posible confiar en los milagros, y que con fe en el Creador, podemos superar cualquier obstáculo.
Janucá rememora la victoria de los macabeos sobre los griegos, el triunfo de los “débiles” sobre los “poderosos”, que nos enseña que la fuerza del espíritu sobrepasa la fuerza física.
Januká una festividad que refleja gratitud, que dura ocho días, en esta semana se recita la plegaria de Halel y se encienden las velas de Janucá.
Junto con Purim, Janucá es una de las dos festividades más destacadas añadidas a la tradición de Israel por el judaísmo antes del exilio.
Antes de adentrarnos en la historia de Januká, debemos entender que una guerra entre dos partes siempre debe girar en torno a un tema en común. Por lo tanto, es necesario esclarecer cuál es ese tema que divide al judaísmo y a la cultura griega, y qué aspecto tienen en común ambas culturas.
El objetivo del judaísmo y la cultura griega aspiran a formar al ser humano de forma íntegra y disciplinada.
Sin embargo, la diferencia radica en el enfoque: la cultura griega busca crear al ser humano ideal a través de la construcción de una sociedad corregida, lo que podemos aprender de las enseñanzas de los filósofos de esa época. En cambio, el judaísmo procura desarrollar al individuo íntegro a través de la fortaleza interna de cada persona, elevando su capacidad de elección a niveles superiores.
Desde esta perspectiva de enfocarse en la fuerza individual, podemos comprender también el poder de esos pocos macabeos que, gracias a su entrega total, lograron enfrentarse y vencer a un ejército numeroso y entrenado.
Cuando un individuo lucha por su vida física y espiritual con gran convicción interna, en la verdad que radica en su causa, es capaz de triunfar frente a grandes adversidades, que ni siquiera imaginaba poder vencerlas.
La historia del pueblo judío ha demostrado que la fuerza radica en la fe y en la justicia.
Esa fe y esa capacidad de resistencia son las que permiten al individuo alcanzar la victoria y el éxito frente a cualquier desafío, que pueda parecer imposible.
Puede que el éxito no sea inmediato y que haya caídas y fracasos durante el camino, pero la fe complementada con acciones justas, desarrolla una fuerza descomunal que vence cualquier adversidad.
Esta misma fe se observa cuando los macabeos llegaron al Templo y encontraron una pequeña vasija de aceite para un día. A pesar de los escasos recursos, no se dieron por vencidos y usaron lo que tenían. Esa acción de aprovechar los recursos disponibles, a pesar de la gran carencia, les otorgó el mérito de recibir el gran milagro de que el aceite alcanzara para ocho días.
Cuando contemplemos las velas encendidas de la janukiá (candelabro), volveremos a los días de los macabeos y comprenderemos que la fe en la certeza del camino, junto con el uso de todos los recursos a nuestro alcance, tiene el poder de abrir nuevas puertas ante los desafíos que nos presenta la vida, y que cada uno de nosotros enfrenta y vence.
Esta singularidad de pensamiento y acción nos otorgará éxito y permitirá el triunfo del espíritu por encima de las limitaciones de las fuerzas de la naturaleza.
Al estar en familia reunidos frente a las luces de la janukiá, que iluminan nuestros hogares y corazones, recordemos que Janucá no solo celebra un milagro del pasado, sino que es una festividad con un mensaje contemporáneo: vivir inspirados en el presente, mantenernos firmes en nuestras convicciones, actuar con decisión incluso frente a los desafíos más grandes y a confiar en que, con esfuerzo y fe, podemos superar cualquier obstáculo.
Que la luces de Januká nos guíen para no perder la esperanza, y que sigamos fortalecidos en espíritu, y que iluminen el camino de retorno a sus hogares de todas las personas que aún permanecen secuestradas, en las más oscuras profundidades de Gaza, durante más de una año, en manos del grupo terrorista Hamás.