Las autoridades penitenciarias de Costa Rica capturaron a un gato que intentaba ingresar marihuana y pasta de crack a la Penitenciaría de Pococí. El caso reabre el debate sobre el uso de animales en redes de contrabando y la seguridad en los recintos carcelarios.
Las autoridades de Costa Rica interceptaron a un gato doméstico que transportaba droga al interior de la Penitenciaría de Pococí. El felino, de pelaje blanco con manchas grises, fue visto por los guardias la noche del 6 de mayo con un extraño bulto en el lomo. Al ser capturado, se descubrió que tenía adherido con cinta industrial un paquete que contenía 235,65 gramos de marihuana y 67,76 gramos de pasta de crack.
«Narcomichi» bajo resguardo
El animal fue entregado al Servicio Nacional de Salud Animal (Senasa) para su resguardo y atención veterinaria. En redes sociales, rápidamente fue bautizado como “narcomichi”, un apodo que combina humor con indignación por la situación. Las autoridades aún no han identificado a los responsables del intento de contrabando, aunque no descartan que haya internos vinculados al hecho.
Antecedentes en Costa Rica
Este no es un caso aislado. Desde 2015, Costa Rica ha registrado al menos siete intentos de introducir drogas o teléfonos móviles en cárceles mediante animales, principalmente gatos, pero también palomas y perros. En 2018, un felino con un morral al cuello fue interceptado en la cárcel La Reforma. En 2021, dos gatos fueron capturados con cannabis y cargadores en otras prisiones del país.
Un fenómeno internacional
Costa Rica no es el único país que enfrenta este tipo de maniobras. En Panamá, en 2021, se decomisaron drogas a un gato que se acercaba a la Cárcel Nueva Esperanza. En Rusia, un operativo en 2024 reveló que un felino atigrado, con un collar cargado de hachís y anfetaminas, era utilizado por dos individuos para ingresar estupefacientes a una prisión.
Animales como víctimas del crimen organizado
Criminólogos y expertos en seguridad carcelaria advierten sobre el aumento de estas prácticas, señalando que los animales son utilizados como “portadores involuntarios” y que su aspecto inofensivo los convierte en herramientas útiles para eludir controles. También cuestionan la capacidad del sistema penitenciario para prevenir este tipo de contrabando en áreas perimetrales.