El peronismo de izquierda y el liberalismo amateur son las dos caras de una misma moneda gastada.
Ambos han condenado a la Argentina a un ciclo interminable de fracaso: el primero multiplicando la dependencia de las masas y erosionando la cultura del trabajo; el segundo importando teorías extranjeras que no comprenden ni respetan la realidad nacional. Ninguno tiene un proyecto verdadero de Nación.
La tercera vía que se necesita no es un slogan académico ni un artificio de campaña, sino una convicción profunda: la unidad nacional por encima de las facciones, un Estado que organice y no que reparta limosnas, una economía planificada en función de la soberanía productiva y un pueblo que recupere su disciplina, su fe y su honor.
Las grandes experiencias históricas del siglo XX mostraron que la grandeza se alcanza cuando un país decide fortalecerse desde adentro, defender lo propio y orientar la vida colectiva hacia un destino común. Argentina debe volver a creer en sí misma, en sus raíces católicas y criollas, en su capacidad de trabajo y sacrificio. Sólo así podrá dejar atrás la decadencia, desterrar los experimentos fallidos y proyectar un futuro de grandeza.
La tercera vía que hoy se reclama no es una fórmula importada, sino la necesidad urgente de un camino nacionalista, soberano y patriótico que devuelva al pueblo argentino lo que se le ha arrebatado: dignidad, identidad y destino.