Rosario ya carga con heridas profundas: narcotráfico enquistado, inseguridad desbordada, jóvenes atrapados en un círculo de marginalidad y barrios que se caen a pedazos mientras la dirigencia política mira para otro lado. Y en medio de este panorama, aparecen figuras como Juan Monteverde y Karen Tepp, vendiendo recetas que ya fracasaron una y otra vez bajo la etiqueta de “justicia social”. La realidad es que su modelo no trae justicia ni progreso, sino más dependencia, más asistencialismo y más villas.
El socialismo en Rosario tiene décadas de gestión encima y el saldo está a la vista: el crecimiento descontrolado de asentamientos irregulares. No es casualidad. Políticas que desalientan la inversión, que castigan al que produce y que abrazan al clientelismo como herramienta de poder generan exactamente lo que hoy tenemos: barrios marginados que se multiplican a ritmo acelerado. Rosario ya conoce el libreto socialista: promesas románticas que terminan en un Estado fundido, un empresariado asfixiado y una sociedad sin movilidad social.
Monteverde y Tepp plantean que “la ciudad se construye desde abajo”. Traducción: más planes sociales, más control político sobre la vida de los vecinos y menos incentivos para el trabajo y la producción. Lo que ellos llaman “organización popular” no es otra cosa que una burocracia paralela que reemplaza la ley por el capricho militante. En esa lógica, Rosario corre el riesgo de transformarse en una villa miseria gigante, donde el Estado no regula ni impulsa, sino que administra pobreza como negocio político.
Ejemplos sobran para advertir a tiempo. Miremos lo que pasó en Venezuela con el chavismo: un país con los recursos naturales más ricos del continente reducido a niveles de miseria impensados, con millones de ciudadanos obligados a emigrar para sobrevivir. Pensemos en Cuba: seis décadas de socialismo que prometieron igualdad y solo dejaron hambre, falta de libertad y una isla convertida en prisión. Incluso más cerca, en la propia Argentina, basta recorrer el conurbano bonaerense para ver cómo las políticas asistencialistas y el abandono estatal se tradujeron en villas que crecen sin freno, donde la pobreza se hereda y la inseguridad es ley.
Rosario no está exenta de ese destino. Si personajes como Monteverde y Tepp alcanzan el poder, la ciudad entera corre el riesgo de transformarse en un inmenso cordón de precariedad, donde la regla sea la carencia y el progreso un recuerdo lejano. En vez de abrir la ciudad al mundo, la encierran en la mediocridad de un modelo que empobrece a todos para beneficiar a una casta militante que vive de repartir miseria con discursos moralistas.
Rosario no necesita más populismo de izquierda, necesita orden, trabajo e inversión. Quienes sueñan con transformar la ciudad en un laboratorio socialista deberían recordar que ya lo hicieron, y el resultado está en las calles: villas creciendo, violencia aumentando y una sociedad partida al medio.
Zurdos, no gracias. Rosario merece un destino de grandeza, no de decadencia.