
Argentina se estremece una vez más ante la brutalidad. Morena Verri, Brenda Loreley del Castillo y Lara Morena Gutiérrez fueron arrancadas de la vida con una saña que hiela la sangre. Tres jóvenes que salieron de su casa buscando amistad y diversión terminaron atrapadas en la emboscada de un engranaje criminal que opera sin freno, bajo la complicidad de la indiferencia estatal.
El caso es claro: una camioneta con patente adulterada, un recorrido seguido por cámaras, una casa en Florencio Varela con un patio convertido en fosa clandestina. Nada en este guion habla de odio de género; todo grita ajuste de cuentas, narcotráfico, crimen organizado. Reducir semejante horror al rótulo de “femicidio” es una mentira peligrosa. No se trata de hombres contra mujeres, sino de mafias contra la sociedad entera.
Llamar a esto “femicidio” no es inocente: es la estrategia de los mismos grupos de izquierda que lucran con la tragedia para sostener un relato ideológico. Son expertos en transformar la sangre en pancarta, en borrar las verdaderas raíces de la violencia —el narcotráfico, la impunidad, la descomposición social— para reemplazarlas con su viejo libreto de lucha de clases y género. Mientras tanto, los responsables reales siguen operando.
La memoria de Morena, Brenda y Lara no puede ser usada como mercancía política. Su muerte nos obliga a exigir justicia verdadera: investigaciones a fondo, condenas firmes, desarticulación de redes criminales y una política de seguridad que priorice la prevención y el control territorial. La sociedad no puede seguir siendo campo abierto para narcos y delincuentes que cazan a nuestros jóvenes como si fueran presas fáciles.
Y no podemos callar frente a otro monstruo que se esconde detrás de muchos de estos crímenes: la prostitución. Es un sistema de explotación que alimenta a las mafias, degrada a la persona y convierte la dignidad en mercancía. Lejos de ser “trabajo”, es esclavitud moderna. Repudiar la prostitución es también defender la vida de las jóvenes que terminan atrapadas en redes de trata disfrazadas de diversión o “fiesta”.
Este crimen no debe archivarse como un número más ni ser manipulado por slogans vacíos. Debe recordarnos que la Argentina necesita un Estado que proteja a sus ciudadanos, no que los abandone. Los políticos tienen nombre y apellido, y su desidia también: mientras se distraen en debates ideológicos estériles y en sus negocios de campaña, las mafias avanzan barrio por barrio.
Exigimos que dejen de mirar para otro lado. Que gobiernen para el pueblo y no para sus bolsillos. Que combatan el narcotráfico, la trata y la prostitución con la misma energía con la que buscan perpetuarse en el poder. Porque lo que está en juego no es una consigna, sino la vida misma de nuestros hijos. Justicia, prevención y verdad: eso, y no otra cosa, es lo que exige la Argentina.











