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jueves, noviembre 6, 2025
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    El videojuego maldito

    Marko tenía 12 años y amaba los videojuegos. Una noche fría de invierno, mientras caminaba por las calles de su pueblo, se encontró con un hombre encapuchado, que lo miró fijamente sin soltar una sola palabra. Marko bajó la mirada y vio que el señor tenía un puestito con cartuchos de videojuegos.

    —Disculpe, ¿Cuánto cuesta este? —Preguntó Marko, señalando un cartucho de color rojo, que tenía etiqueta con una imagen de un personaje disparando y un título en letras mayúsculas que decía “THE FUTURE GAME”.

    —Este sale 200 pesos  —respondió el extraño.

    —Uh, está bien barato, pero no tengo nada de dinero —dijo Marko, y se giró para marcharse, frustrado por no poseer ni la mitad de ese dinero.

    En ese momento, el hombre pareció lamentarse porque Marko no se llevó el juego. Entonces, cuando el niño ya se había alejado algunos pasos, lo llamó:

    —¡Espera niño!

    Marko no se lo esperaba y se sobresaltó al escuchar el llamado, pero se detuvo y volvió.

    —¿Si?

    —Por esta vez, te lo llevas gratis –dijo el hombre con una voz que parecía rasparle la garganta.

    —¿En serio?  –Preguntó Marko.

    —Sí, mi amigo, así es. Considéralo un regalo de mi parte.

    —Bueno, ¡Gracias! ¡Muchas gracias!

    Cuando se dio media vuelta, se quedó inmóvil, inmerso en sus pensamientos. Evidentemente le daba culpa llevarse el juego sin pagar nada. Se volteó para mirar a aquel hombre extraño, pero éste sólo se dignó a levantar el pulgar. Después de levantar la mano como si quisiera saludarlo, Marko emprendió el retorno hacia su casa. No podía pensar nada del frío que tenía. Había salido desabrigado, por lo que el camino a casa fue como si estuviera bailando un reggaeton de boliche.

    Cuando entró a su casa, se cruzó con su madre, quien lo saludó con un abrazo al verlo tiritar de frío, pero el jovencito no atinó a hacer nada más que tratar de zafarse rápido de sus brazos debido a las ganas que tenía de probar ese juego. Entró a su habitación, lugar en donde se encontraba su consola. Cuando la vio, corrió hacia ella y se puso a desenredar desesperadamente los cables, como si estos fueran las ataduras de alguien condenado. Tal fue la rapidez que acabó por estampar la consola contra el suelo. Inmediatamente la levantó y la colocó sobre su cama. Una vez allí, terminó de desenredarla cuidadosamente. Una vez logrado el cometido, la conectó; la adrenalina comenzó a correr velozmente por su cuerpo.

    Cuando por fin encendió la máquina, el juego no arrancó.

    —¡Maldita, no lo agarra! —se quejó.

    La sensación de descontento se acrecentaba en su interior. Casi sin pensarlo, le asestó un pequeño golpe karateka a la consola. Apagó el artefacto, sacó el cassette y lo sopló para volver a colocarlo. Prendió el aparato y nada. Lo volvió a intentar varias veces, pero seguía sin obtener resultado. La intriga lo desbordaba, y su corazón parecía latir al ritmo de un tambor dentro de su pequeño cuerpo. Deseó maldecir a la consola en idiomas que apenas sabía.

    Cuando advirtió la posibilidad de que su consola podría haberse roto, agarró desesperadamente otro de sus juegos para ver si seguía sin funcionar, pero al mover la palanca de encendido y apagado, esta vez arrancó sin problemas.

    —Whuuuu… —suspiró.

    Entonces, volvió a colocar el juego que le regalaron, pero seguía sin arrancar.

    La frustración se apoderó de él, y ahí fue que comprendió por qué aquel extraño sujeto le había regalado el juego. Convencido de que el juego no funcionaba, decidió ir a devolver el cartucho al mentiroso que se lo dio.

    —¿A dónde vas, Marko? —lo interrumpió su mamá—. No salgas sin abrigo, afuera está helado.

    Marko tomó su abrigo.

    —Pero, hijo, ¿a dónde vas?

    Su madre no llegó a completar su pregunta. Marko pegó rápido el portazo y se fue sin dejarla terminar de hablar.

    Luego de una extensa caminata llegó al lugar, pero no encontró al hombre que le había dado el juego.

    —¡Disculpen! ¿No hay nadie? —gritó, mientras expulsaba vapor de invierno por la boca.

    Nadie contestó. Sólo se escuchaba el viento de invierno que azotaba su rostro como si hubiera un muñeco de nieve pegándole.

    De repente, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y comenzó a tener miedo.

    —Me desharé de este juego —dijo asustado, lanzó el cartucho por el aire y salió corriendo hacia su casa.

    Cuando llegó, estaba cansado y respiraba de manera acelerada al igual que el ritmo de su corazón. Su madre lo vio en el estado en que estaba, por lo que le preparó un té de tilo para que entrara en calor y se calmase.

    Por la noche, Marko fue al baño, se cepilló los dientes, se lavó el rostro y fue a su habitación, en donde se relajó y se sentó en su cama con su teléfono móvil. Pero entonces, una luz se proyectó de golpe sobre su rostro: ¡Su televisor se encendió sólo!

    Esto hizo que Marko salte de su cama a la vez que pegue un grito, tras lo cual cayó con las nalgas de lleno. El dolor no lo dejó hacer nada, sólo se limitó a hacer un gesto con el rostro y se levantó despacio. Mientras se sacudía el pantalón, su tele lo alumbraba con una luz que le impedía mantener sus ojos abiertos, pero la cosa cambió cuando encendió la luz principal de su habitación. Cuando vio la extraña imagen que tenía su televisor, el dolor en las nalgas quedó chiquitito al lado de la curiosidad que lo envolvió. La pantalla mostraba el siguiente mensaje:

    ‘’¿Te gustaría que tu vida fuese un videojuego? Seleccioná con tu control remoto la respuesta’’. SÍ NO

    —Pero qué…¿¡Pero qué demonios es esto!? —se preguntó, luego de frotarse los ojos.

    Pero después, sorpresivamente, se rió. Pensó que podría ser algo interesante, y no necesariamente algo malo. ¿O sí? Sin más, seleccionó SÍ.

    ‘’¿Estás seguro?’’ SÍ NO

    Entre risas, volvió a seleccionar SÍ.

    En ese momento, una extraña corriente proveniente de su televisor lo arrastró, hasta traspasar la pantalla.

    De repente, se sintió raro y algo aturdido. Miró a su alrededor y vio paisajes que no había visto antes en su vida. Pero eso no era todo, además, comenzó a ver sus extremidades de una forma pixelada, y le apareció en su mano, como por arte de magia, un arma. Después, unos seres extraños comenzaron a atacarlo con golpes, patadas, ¡incluso con cuchillos y demás armas! Aunque no se sintió muerto al instante, y al ver el arma que tenía en las manos, comenzó a disparar, y a saltar los ataques. ¡Marko se había transformado en un personaje de un videojuego de acción!

    En ese momento, entró su hermano a su habitación, vio el televisor encendido con el videojuego y vio que el personaje que estaba en pantalla era casi idéntico a Marko. No dudó en agarrar el juego.

    Desde entonces, cada vez que su hermano prende la consola, el personaje en pantalla parece mover los ojos… como si supiera que está siendo observado.

    (Este es un cuento escrito por Emiliano Mezzabotta. El cuento forma parte del libro «Un mongol en la cancha y otros cuentos», del mismo autor. Actualmente el libro se puede adquirir en formato de libro electrónico a través de la plataforma Amazon KDP en este enlace.)

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