
GRAFOLOGIA CIENTIFICA: Relatos para pensar
Agradezco enormemente la colaboración de aquellos que creen que la escritura sana a través del cambio de conducta. Déjate llevar por el trazo que fuiste adquiriendo en el transcurso del tiempo. Sana tu mente, emoción y cuerpo. Te espero siempre en el trazo, en la sanidad.
JOEL
Una mañana desperté y frente a mí en el sillón de felpa roja que era de la tía gorda, estaba un niño de mi edad más o menos tomado de sus rodillas, descalzo, (menos mal porque si ensuciaba la pana mamá me mataba) con unos ojos muy grandes que me miraba fijamente con una sonrisa. El sol que se filtraba por la ventana iluminaba de refilón su silueta.
Me sobresalté y refregué mis ojos para ver si era real.
¿Quién sos? Con su dedo en la ventana humedecida escribió: “me llaman Joel”, no hablaba.
Me dio una sensación de confianza, me senté con las piernas colgando de mi cama, y lo estudiaba cuidadosamente, descubrí que tenía alitas, una de ellas estaba quebrada.
¿Sos mi ángel de la guardia? Solo sonreía.
¡Mis ruegos fueron escuchados! Cada noche rezaba mi oración “ángel de la guardia dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día….” Me acompañaba a todas partes sin emitir palabra, con esa ala caída que debía pesarle y hasta me daba pena. Él no emitía sonido pero yo lo tomé como mi confesor. Joel, mi mejor amigo, siempre me acompañás, y nadie más que yo te ve ¡Qué bueno! ¿Quién te mandó? Y apuntaba con dedo hacia arriba.
Ese Señor Dios que todos dicen que es tan bueno ¿cómo es que no te regala un ala nueva?
Ya se te la voy a atar con alambre, en mi país todo se arregla con alambre, y él se encogía de hombros.
Fue parte de mí mucho tiempo, así en silencio, con una sonrisa para toda ocasión o una caricia antes de que me durmiera, acurrucado en el silloncito rojo para cuidarme y velar por mí.
Era como mi otra mitad.
Y bueno terminé séptimo, y llegó el verano. Una mañana me senté en la cama para desperesarme y veo que Joel tenía su alita nueva erguida de plumitas esplendorosas, ¿ qué alegría Joel!, él bajó la mirada y le corrió una lágrima por su mejilla, lo miré sin entender nada.
Fui al baño y cuando me dispongo a hacer pis me sorprendo de ver que unos pequeños pelitos aparecían en mi parte baja, medio me asusté, cuando salgo corriendo del baño a contarle… no estaba, me invadió un profundo vacío que no alcanzo a describir, ¡qué ahogo, qué angustia!
Y así pasaron los días y nunca volvió por mucho que lo esperé cada mañana.
Cuando el tiempo pasó logré entender, estaba creciendo y ya no era el niño que veía o imaginaba cosas; hoy no estoy seguro de nada. Solo sé que nunca podré olvidarlo y que fue mi compañero y casi mi prolongación.
Beatriz Celina Liberti
Grafóloga Científica
Mat. 309










