Hubo una época en donde para enterarse de algo importante había que esperar hasta el día siguiente para enterarse. Y si necesitaban ubicarnos, ¡suerte con eso! No había celular y contábamos con el teléfono fijo en nuestras casas y si no estábamos cerca del teléfono no nos encontraba nadie. Si estábamos estudiando y necesitábamos encontrar una respuesta que nos pedía un profesor teníamos que salir de casa y caminar para poder encontrarla en algún libro.
Tiempo después llegó la telefonía móvil, que trajo algunos cambios importantes: podíamos comunicarnos desde cualquier lugar con una llamada o con mensajes de texto. Era más seguro y confiable. Hasta que llegó Internet… y todo cambió.
Internet apareció en la segunda mitad de la década de los 90s prometiendo una revolución de libertad impensada por entonces: Acceso universal al conocimiento, una red que nos prometía conexión con el mundo y comunicación sin fronteras. Pero algo se perdió en el camino.
Con la llegada de las redes sociales como Facebook e Instagram, parecía que habíamos encontrado un paraíso. Dichas redes sociales nos prometían conectarnos con nuestros amigos de otra manera, facilitando que se mantuviera el contacto con ellos sobre todo si no los veíamos en mucho tiempo.
La comunicación con los demás se volvió instantánea con la llegada de Whatsapp, una aplicación que hoy podemos ver en teléfonos de todos los hogares del mundo. Mensajes, audios, fotos y hasta videos para enterarnos al instante de lo que está pasando.
Sin embargo, hoy en día esa revolución prometedora parece haber girado para otro lado sin que las personas nos diéramos cuenta. Con el aumento de la popularidad de Instagram y la llegada de TikTok, nos sentimos atrapados en un mundo virtual del que parece que no podemos salir.
¿Cuánto tiempo nos la pasamos scrolleando contenido de las redes sin que nos demos cuenta del paso del mismo? Tiempo que podríamos invertir en otra cosa que nos permitiera avanzar en la vida lo desperdiciamos mirando videítos que son entretenidos, pero que no nos suman nada. La idea del esfuerzo mental está perdiendo cada vez más fuerza sobre todo entre los niños, adolescentes y adultos jóvenes, aunque también pasa en menor medida con gente mayor.
La conexión que tanto prometían las redes parece haberse diluido gradualmente sin que lo notáramos. Cada vez más aislamiento social y menos contacto con la realidad, por ende, menos vínculos genuinos. Aumento de las tasas de depresión y suicidios a niveles alarmantes.
Como sociedad debemos replantearnos cómo seguir utilizando las redes sociales sin que nos consuman nuestro tiempo, que es lo más valioso que tenemos.