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martes, octubre 21, 2025
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    El Barco Ciudad de Rosario: una postal del abandono municipal

    El Barco Ciudad de Rosario fue, durante décadas, el orgullo fluvial de la ciudad. Nació a fines de los años sesenta y zarpó por primera vez en 1971, fruto del empeño de la familia Oficialdegui, que compró una embarcación en Brasil y la reconstruyó íntegramente en Rosario. Desde entonces, fue mucho más que un simple barco: fue un símbolo de la relación de la ciudad con su río, un punto turístico y cultural donde generaciones enteras celebraron cumpleaños, excursiones escolares, bodas y hasta actos públicos.

    Hoy, sin embargo, el panorama es otro. La nave yace inmóvil, varada en el canal La Lechiguana, víctima del abandono, la desidia y la burocracia. Desde la pandemia, y agravado por la histórica bajante del Paraná, el barco permanece fuera de servicio. La empresa propietaria afirma que no puede afrontar la inspección técnica obligatoria —una revisión que ronda los 45 mil dólares—, y mientras tanto el patrimonio de los rosarinos se pudre al sol.

    El deterioro del Ciudad de Rosario no es solo un tema estético. Es un espejo del modo en que la ciudad administra su historia y su identidad. Porque cuando un símbolo así se deja morir, no se oxida solamente el metal: se corroe el espíritu de pertenencia, se pierde un atractivo turístico, se destruye empleo y se arruina parte de la memoria colectiva de Rosario.

    Distintos referentes culturales y políticos han denunciado esta situación. Han pedido informes, han presentado proyectos, han exigido soluciones. Pero todo ha quedado reducido a declaraciones tibias y promesas difusas. Recién en septiembre de 2025 el Concejo Municipal retomó el tema e impulsó acuerdos para reactivar la nave mediante convenios público-privados. Un paso, sí, pero tardío y todavía sin resultados concretos.

    Mientras tanto, el silencio oficial se vuelve insoportable. La Secretaría de Turismo no explica qué estrategia tiene. La Municipalidad no detalla por qué no se destinan fondos específicos para reparar una embarcación que es parte del paisaje y la historia local. Y el ciudadano rosarino —el mismo que paga tasas, sufre la inseguridad y ve caer a pedazos los íconos de su ciudad— observa, incrédulo, cómo el barco que alguna vez representó el orgullo del Paraná hoy es apenas una sombra oxidada.

    Se impone una exigencia clara: el municipio debe dar explicaciones públicas, con fechas, presupuestos y responsables. Debe presentar un plan de restauración, definir fuentes de financiamiento y establecer mecanismos de seguimiento. No con fotos en redes sociales ni discursos nostálgicos, sino con gestión efectiva, transparente y urgente.

    Recuperar el Barco Ciudad de Rosario no es un capricho romántico; es una inversión en turismo, identidad y desarrollo local. Restaurarlo sería un acto de respeto hacia la historia y hacia los propios ciudadanos. Porque una ciudad que deja morir sus símbolos también renuncia, poco a poco, a creer en sí misma.

    Rosario todavía puede hacerlo. Pero el tiempo corre, y el río, como siempre, no espera.

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