
El campeonato 2025 quedó grabado a fuego en la historia moderna del fútbol argentino. No por los berrinches de turno, ni por los clubes que descubrieron súbitamente un sentido moral selectivo, sino porque Rosario Central ganó en la única cancha que importa: la del mérito deportivo.
En un país donde el fútbol suele estar gobernado por la improvisación, la rosca y el Excel adulterado, el título canalla brilló precisamente por contraste. Fue un trofeo trabajado, administrado con estrategia y sostenido con una regularidad que escasea en un torneo donde, por momentos, la organización parece hecha por gente que nunca vio un fixture en su vida.
Un campeón sin peros
Central dominó desde la convicción. Encontró cohesión, carácter y una cultura competitiva que cada vez es más rara de ver. El equipo no pidió ventajas, no necesitó decretos mágicos ni favores de escritorio. Todo lo contrario: construyó su camino en un ecosistema deportivo hecho para ponerle piedras a quien no pertenece al centro gravitacional porteño.
Los reclamos de algunos clubes tras la consagración fueron el capítulo más bochornoso. Equipos que jamás cuestionaron nada cuando las aguas corrieron a su favor, de pronto descubrieron un rigor reglamentario que no aplicaron cuando los beneficiados eran ellos. La incoherencia fue tan obvia que terminó confirmando lo que la mitad del país ya sabía: cuando Rosario Central gana, a muchos les duele que sea por mérito propio.
El verdadero problema: el torneo argentino
El torneo argentino, incluso con un campeón legítimo, es un desastre en lo estructural. Nadie puede maquillar lo evidente:
Formatos cambiados más veces que una estrategia de marketing mala.
Reglamentos reinterpretados con la misma flexibilidad que una cláusula contractual abusiva.
Incertidumbre permanente que convierte cada temporada en una licuadora burocrática.
No es culpa de Central que el ecosistema esté roto. Central solo se limitó a ganar donde debe ganarse: en el césped.
Los clubes favorecidos por decisiones políticas e institucionales
Que existieron beneficios estructurales no es teoría, es historia. Y está documentada.
Hubo cancelación de descensos que salvaron a más de un grande del Área Metropolitana justo cuando deportivamente no podían sostenerse.
Hubo ascensos por decisiones administrativas, avalados por escritorios más que por 90 minutos de fútbol.
Hubo equipos que sumaron estrellas o reconocimientos no competitivos, por torneos que no lo eran o partidos que nunca constituyeron un título oficial.
Y sí, Newell’s también forma parte de esa historieta nacional:
El ascenso otorgado por decisión federativa.
La estrella sumada por ganar un solo partido, un capricho simbólico más que un logro competitivo.
Todo eso es parte del folclore institucional argentino, ese que a veces parece más un simulacro que un torneo profesional.
Cuando Central gana, no es casualidad
En este contexto es donde Rosario Central conquista 2025. Sin ayudas. Sin excusas. Sin manuales paralelos.
El club no pidió gracia divina ni mano invisible. Pidió cancha, once jugadores y una pelota. Esa austeridad deportiva, tan simple y tan revolucionaria en este país, es lo que hace este título bien logrado, bien ganado y moralmente contundente.
Arenga final: palabra para el pueblo canalla
Este campeonato no es solo una estrella. Es un manifiesto.
Un recordatorio de que la voluntad supera al ruido, que el trabajo vence al favoritismo y que la identidad pesa más que cualquier decreto porteño.
A la gente de Central, esa multitud que no baja la voz ni cuando la quieren silenciar:
sigan empujando, sigan creyendo, sigan llenando canchas y calles, sigan recordándole al país que la pasión no se compra ni se negocia.
El 2025 quedó amarrado al alma auriazul.
Y cada vez que alguien intente minimizarlo, recordarán que este título no nació en una oficina,
sino en el corazón encendido de un pueblo que jamás se arrodilla.
Arriba Central. Arriba el Gigante. Arriba el pueblo canalla.











