I. Han finalizado las elecciones más reñidas que, al menos en mi vida, he visto. Merced a ella la democracia del gran país del norte se ha fortalecido y ha triunfado un extraño sujeto que retoma el camino de la Casa Blanca después de período sabático de cuatro años: Donald Trump.
He tenido una extraña sensación que he comentado con amigos: algo así como si en mi vida el mundo hubiera girado de manera tal que ha parecido un carrusel que comienza a dar vueltas en sentido contrario a todo mi pensamiento e ideología que construí durante casi ochenta años. La vuelta de Trump al poder, a la presidencia nada menos que de los Estados Unidos, también me sumerge en un océano de ideas que me sirven para la reflexión en torno a pensar qué hemos hecho de malo todos aquellos que nosotros -de adolescentes primero y de jóvenes y universitarios después- fuimos formando como una trama que solidificaba una concepción republicana, democrática y progresista del mundo. Nos vanagloriábamos y repetíamos hasta el cansancio y con con estilo docente que la democracia no era una forma de gobierno sino un sistema de vida.
Hoy empiezo a mirar el mundo y contemplar las disrupciones que ese pensamiento ha tenido. No ya por la fuerza autoritaria que siempre combatimos en nuestro país: los monótonos golpes de estado de militares que ocurrían siempre para salvar a la patria mediante ataques al institucionalismo democrático «causante» de los males que esta adolecía. Apurados, buscábamos los atajos en lugar de cimentar con el tiempo un régimen «a lo europeo» o una democracia como la de los yanquis.
II. Crecimos con la quijotesca idea de cambiar el mundo de los horripilantes regímenes que habían venido – teóricamente- a salvar al mundo y terminaron postrando a sus habitantes en la más sórdida miseria y privándoles del supremo valor que la contemporaneidad daba como bien último logrado: la libertad. Nos fuimos formando en la crítica acerba al marxismo implementado en lo que fue el fracasado régimen de la Unión Soviética. Señalábamos como jueces implacables a quienes habían prostituido la palabra socialista agregándole el giro lingüístico «real» sin entender que ese agregado agravaba la conceptualización del socialismo democrático y transformador que se sintetizaba a través de la expresión social democracia.
Los «cuarenta gloriosos años» como denominaron los franceses a ese período de post guerra que implicaba el crecimiento económico cimentado en la institucionalidad republicana que se daba aún en aquellos países que formalmente eran monárquicos pero en el ejercicio cotidiano de la práctica política eran más republicanos que las Repúblicas mismas.
Aspirábamos a alcanzarlos en algún momento y seguir su trayectoria porque creíamos que ello era posible. No se ajustaban a ese pensamiento en boga la España franquista o la dictadura portuguesa de Salazar. Pero deslumbraba la por entonces Europa Occidental. Por ahí era el camino.
Mientras los Derechos Humanos trepaban en la escala axiológica de los regímenes republicanos, otros países engrosaban los tantos y tantos que seguían sin saber siquiera de su existencia. Veíamos y señalábamos el ignominioso «muro de Berlín» o el tesonero escape de los «balseros» cubanos. Y añadíamos una causa más que justificaba la lucha desde el humilde sitio en que cada uno estuviera.
III. Pasaron los años, América se fue liberando de las dictaduras más crueles que hubieron en el mundo. Quedaron -y quedan- como rezago del pensamiento occidental libre, Cuba -eternamente Cuba-, Venezuela que engrosó las filas del autoritarismo y sumó a Nicaragua, la Nicaragua de Ortega, el revolucionario, que vino a «liberar» a su país de una dictadura para convertirla en otra de peor calibre. Y la sociedad se fue hartando de esos niveles dirigenciales estilo Ortega. Caudillos antes que líderes. Ignorantes más que científicos. Autoritarios más que demócratas y sobre todo corruptos, desfachatados corruptos, que han jugado con los dineros y bienes públicos como si fueran privados, de ellos, burlándose en algunos supuestos de manera burda y en otras de forma miserable, engañando a la sociedad.
La sociedad se hartó y eligió con la esperanza y con pragmatismo el estar mejor. Votaron acá, allá y en los remotos lugares del mundo donde se puede elegir, es decir donde el racionalismo existe, se eligieron las estructuras de pensamiento más irracionales: las instituciones quedaron relegadas y las ideologías se convirtieron en piezas arqueológicas de un museo de historia política. Las izquierdas y derechas se diluyeron y el centro se desvaneció. Aunque se sigan invocando como lo hace Pedro Sánchez en España alardeando que es el PSOE, aquel de Felipe González, el que hizo de esa misma España que hoy gobierna trastornado, un estado moderno, baluarte de la democracia y capaz de afrontar y truncar aquel golpe de Estado del 23F o la Alemania de Willy Brandt cuyo liderazgo la llevó a a ser el motor del desarrollo de Europa después de haber sido derrotada y destruida por la locura ilimitada y criminal nazi o la Francia de Miterrand, el primer político de izquierdas en asumir la presidencia durante la Quinta República, presidente de la República Francesa desde 1981 hasta 1995, el periodo más largo en la presidencia de la historia del país…
Ejemplos sobran para mostrar que el mundo ha girado en sentido contrario a lo que fui elaborando día a día y más aun transmitiendo desde la cátedra con intención de dogmatizar -la única que admito- en fanáticos de la libertad desde ese lugar. Llegan las sombras del ocaso y soy testigo y parte del rotundo fracaso de los que soñamos con la república, con la división de poderes, con la periodicidad de los mandatos, con la libertad como base del desarrollo personal y global del mundo. Pienso, me pregunto y pregunto … ¿en qué nos equivocamos para que una sociedad se hastíe de los valores que tanto nos costó conseguir y que hoy llevan a Donald Trump a la Casa Blanca por segunda vez y después de cuatro años… recapitulo y me quedo alli… volvé Discepolín que Cambalache se vuelve a cantar.
Ahhhh Discépolo, Discépolo, si vivieras que material enriquecida te brindaría en el S XXI para componer tangos de tu estilo. ¿Eramos tan ordenados antes