Un día como hoy pero de 1905, nacía un maestro y un santo, San Pugliese.
Osvaldo Pedro Pugliese nació el 2 de diciembre de 1905 en el barrio porteño de Villa Crespo. Desde temprana edad siguió el legado de su padre, Adolfo, que alternaba su labor como obrero del calzado con su pasión musical como flautista de un cuarteto de tango barrial. También sus hermanos mayores Salvador Vicente y Alberto Roque tocaban el violín, instrumento con el que se inició mientras recibía lecciones de solfeo de su padre. Cuando le compraron un piano, decidió abandonar los estudios primarios y continuar su formación musical en el conservatorio Odeón de la ciudad de Buenos Aires.
Estudió con grandes maestros como Vicente Scaramuzza, Pedro Rubione y Antonio D´Agostino y a los 15 años debutó profesionalmente en el café de La Chancha junto con el bandoneonista Domingo Faillac y el violinista Alfredo Ferrito. Tiempo después se presentó en un reconocido café del centro de Buenos Aires participando en un conjunto integrado también por Francisca Bernardo, más conocida como “Paquita” o “la flor de Villa Crespo”, la primera bandoneonista de la Argentina.
Su carrera fue en ascenso, incorporándose al cuarteto de Enrique Pollet. Luego se sumó a la famosa orquesta de Roberto Firpo, y en 1927 ya era pianista de la orquesta del gran bandoneonista Pedro Maffia. Hasta que en la década del 30 formó su propia agrupación junto con el violinista Elvino Vardaro, con la que tocó por primera vez Café Nacional y emprendió una extensa gira por el interior del país.
Más adelante, Pugliese se asoció con el violinista Alfredo Gobbiformando, un conjunto del que participó como bandeonista el joven Aníbal Troilo. Aquello duró pocos meses, tras lo cual formó su primer elenco propio al lograr la oportunidad de actuar en algunos locales. En 1936 fundó la orquesta con la que tocaría durante 55 años, formada por los bandoneonistas Alfredo Calabró, Juan Abelardo Fernández y Marcos Madrigal, los violinistas Rolando Curzel y Juan Pedro Potenza, y el contrabajista Aniceto Rossi.
Por años, la orquesta de Osvaldo Pugliese estuvo prohibida para la radiodifusión, como medida de censura política, pero ello no logró mermar su popularidad. Además, Pugliese fue reconocido por su compromiso con los derechos de los artistas. Así impulsó la creación del Sindicato Argentino de Músicos para promover el trabajo en la música desde la dignidad personal.
Entre las innumerables distinciones que recibió se encuentra la medalla “Alejo Carpentier”, máxima distinción otorgada por Cuba; el gobierno francés lo nombró Commandeur de L’Ordre des Arts et Letters; en Buenos Aires fue declarado Ciudadano Ilustre y la Academia Nacional del Tango le concedió el título de Académico Honorario. Además en 2005 se inauguró el busto y monumento que lo recrea sentado en el piano junto a su orquesta típica en la esquina de Scalabrini Ortìz y Corrientes, a metros de su casa natal. Y años después, la estación de la Línea B de subte Malabia paso a llamarse Malabia – O. Pugliese en su honor.
El maestro Pugliese tuvo su merecido reconocimiento en vida, al tocar el 26 de diciembre de 1985 en el prestigioso Teatro Colón a los pocos días de haber cumplido 80 años, junto a los cantores Adrián Guida y Abel Córdoba y la orquesta integrada por Roberto Álvarez, Alejandro Prevignano y Fabio Lapinta (bandoneones); Osvaldo Monterde, Fernando Rodríguez, Diego Lerendegui y Gabriel Rivas (violines); Merei Brain, (viola) y Amílcar Tolosa (contrabajo).
A su vez, su nombre es invocado por los músicos que lo transformaron en un sinónimo de buena suerte. El mito surgió en momentos previos a un recital de Charly García cuando el sonido fallaba y se solucionó tras poner un disco del tanguero.
Desde entonces la estampita de San Pugliese está presente en los camarines acompañada de la siguiente oración: «Protégenos de todo aquel que no escucha. Ampáranos de la mufa de los que insisten con la patita de pollo nacional. Ayúdanos a entrar en la armonía e ilumínanos para que no sea la desgracia la única acción cooperativa. Llévanos con tu misterio hacia una pasión que no parta los huesos y no nos deje en silencio mirando un bandoneón sobre una silla».